El Cuerpo de Oficiales en la Guerra de España de Carlos Engel

Guerra Civil Española

Memoria Histórica




He tenido que fragmentar el índice en 6 partes puesto que Google no indexaba más allá de entre 3000 y 4000 nombres, lo que hacía que de ahí para abajo el resto no apareciera en los buscadores. Si alguien, por motivos de estudio, necesita el listado completo como archivo de Excel o bien desea que le consulte algo en el libro, no tiene más que ponerse en contacto.

El hijo de Carlos Engel, en representación del trabajo de su padre y del suyo propio como colaborador ha dado su permiso para incluir tanto el índice biográfico de la Brigadas Mixtas como continuar con este índice.

El Cuerpo de Oficiales en la Guerra de España - Índice Onomástico 1

Abad Alonso – Castello Pantoja

El Cuerpo de Oficiales en la Guerra de España - Índice Onomástico 2

Castello Pantoja – García Solís

El Cuerpo de Oficiales en la Guerra de España - Índice Onomástico 3

García Solís – López Andrés

El Cuerpo de Oficiales en la Guerra de España - Índice Onomástico 4

López Andrés – Oubiña Fernández Cid

El Cuerpo de Oficiales en la Guerra de España - Índice Onomástico 5

Oubiña Fernández Cid – Sánchez de León

El Cuerpo de Oficiales en la Guerra de España - Índice Onomástico 6

Sánchez de León – Zurdo Martín

El Cuerpo de Oficiales en la Guerra de España - Fe de erratas



Extraído del libro de Carlos Engel.

La oficialidad en los dos bandos

Todos los historiadores y los protagonistas imputan a la falta de oficiales profesionales y, sobre todo, a la carencia de oficialidad subalterna, el fracaso de las armas republicanas en la guerra de España. Así Azaña, en sus "Cuadernos de la Pobleta" y "Cuadernos de Pedralbes", comenta cada derrota gubernamental con la apostilla "Se perdió por falta de celeridad y de mandos subalternos". La primera parte de la frase, referida a la movilización de reservas, evidencia que, además de mandos subalternos, en el Ejército Popular faltaban también mandos superiores capacitados. En el bando nacional apenas se utilizaron los grados superiores del escalafón (generales y Coroneles), porque entre ellos se dio una mayor proporción relativa de adscripciones a la causa republicana, pero Franco supo aprovechar a los teniente coroneles y comandantes para suplir a los generales que le faltaban. Salvo excepciones, los jefes de división o de cuerpo de Ejército que terminaron la guerra con la victoria eran coroneles y, sobre todo, teniente coroneles al iniciarse ésta, e incluso, caso único en el Ejército nacional, Rafael García-Valiño llegó de comandante a general de brigada en su transcurso. La superioridad nacional en la preparación de las maniobras ofensivas o defensivas y, sobre todo, la capacidad de movilizar reservas con la suficiente celeridad, para taponar brechas o explotar éxitos parciales, son una buena muestra de la supremacía de los mandos superiores nacionales.

Evidentemente no se trataba de un desnivel cualitativo de los mandos y oficiales de los dos ejércitos, sino de una diferencia cuantitativa, que permitía a las fuerzas de Franco disponer de más jefes y oficiales que las republicanas, pues en ambos bandos existían jefes y oficiales con suficiente experiencia bélica, ganada en los campos de batalla de Marruecos.

Sin embargo, la oficialidad del Ejército de Tierra, de la Armada, del Servicio de Aviación y de las fuerzas de Seguridad quedó casi exactamente dividida por un igual entre ambos contendientes: Unos ocho mil en zona republicana y nueve mil en la nacional. Estas cifras comprenden a los generales, jefes y oficiales de las Fuerzas Armadas y a los cadetes, porque estos desempeñaron el papel de oficiales en la contienda. Ante esta paridad de efectivos jerárquicos en ambas zonas, cabe analizar la causa de la falta de mandos en el Ejército de la República y cuantificar la respuesta, fácil de adivinar: que la presencia en un territorio no presuponía, en modo alguno, su adscripción a uno u otro bando.

El Ejército nacional pudo disponer de una inmensa mayoría de los generales, jefes y oficiales presentes en su zona, que se adhirieron con mayor o menor fervor, y aún vio incrementadas sus filas por los que pudieron evadirse de la otra zona. En total fueron doscientos cincuenta y ocho los militares fusilados o expulsados del Ejército en el territorio que dominaban los franquistas, mientras que en el campo de enfrente fueron cuatro mil cuatrocientos cincuenta los que sufrieron este trato, de ellos mil setecientos veintinueve fusilados. Por lo tanto, en zona nacional se pudo contar con el noventa y uno por ciento de los mandos, mientras que en la republicana sólo fue un cuarenta y tres. A ello tenemos que añadir que la desconfianza que originaban los militares profesionales en las filas del Ejército Popular, diera lugar a que, en gran parte, pasasen a desempeñar puestos burocráticos en la retaguardia. Sobre todo hay un dato revelador; en las filas nacionales murieron en acción de guerra, como mínimo, mil doscientos ochenta militares en activo, mientras que en las republicanas sólo hubo unas ciento treinta bajas mortales. La proporción es de 10 a 1.

Cierto es que hubo oficiales que combatieron en un bando que no correspondía con las ideas políticas que ellos comulgaban. Al final de la guerra, el General Varela, como Ministro del Ejército, el 12 de julio de 1940, promulgó una ley que obligó a retirarse, tras ascender de grado, a todos los que hubieran servido en el Ejército Republicano y se habían reintegrado o se habían de reintegrar tras haber cumplido una sanción que no implicara la expulsión del Ejército. También los militares que lucharon en las filas nacionales con antecedentes izquierdistas y sobre todo masónicos, fueron obligados al retiro por esta ley. La llamada ley "Varela" se extendió más tarde a la Armada y al Ejército del Aire. Los afectados eran conocidos como leales geográficos. Esta ley nos ha permitido diferenciar con mayor sutileza la adscripción, añadiendo la categoría de leales geográficos en ambos bandos. Los que, aún luchando toda la guerra o parte de ella en las filas nacionales, fueron apartados al final de la contienda están señalados con N*, mientras que los readmitidos tras haber militado en el Ejército Popular y obligados posteriormente a retirarse figuran como R*.

Existen casos muy llamativos y contradictorios, como un teniente de Regulares, condecorado con la Medalla Militar y herido seis veces, que no pudo librarse de un expediente de responsabilidades políticas: un capitán de la guarnición de Gerona, pasado a los nacionales y caído en Belchite, fue condecorado a una elevada pena de prisión por masón, ¡seis años después de su muerte!, mientras que un capitán de Regulares, detenido por desafecto en Melilla al principio del alzamiento, fue amnistiado, ascendido y murió en acción de guerra por Dios y por España.

Los leales geográficos que se integraron en el Ejército de la República son bastante numerosos, sobre todo entre los cuerpos de Sanidad, Veterinaria, Oficinas Militares y otros no combatientes. Hay que decir que, en muchos casos, se actuó aplicando un rasero muy estricto y fueron retirados jefes y oficiales que en alguna fase de la guerra habían militado en la quinta columna e incluso habían sido condenados a altas penas de reclusión por este motivo. Existen casos, entre los miembros del tribunal que condenó al General Goded, que luego no sólo militaron, sino que dirigieron redes clandestinas de espionaje a favor de los nacionales y que dieron, por estas causas, con sus huesos en cárceles republicanas y a los que luego se negó la continuidad en las filas castrenses. En general, el haber estado encarcelado durante la guerra por causas políticas, sin haber participado en el alzamiento, no supuso un eximente para la aplicación de la ley "Varela".

La tenue frontera entre "blanco" y "rojo"

El límite de la adscripción a uno u otro bando es muy sutil. Resulta extraordinariamente difícil definir, cuál era la posición inicial de los protagonistas y cómo fue derivando en los tres años de contienda.

Entre los casos más notorios están los del general Miaja y del comandante Rojo. Ambos pertenecian, al parecer, a la U.M.E. y pasaron sus apuros para borrar los rastros de sus antecedentes en los archivos. Rojo incluso llegó a sincerarse con sus compañeros del Alcázar de Toledo, confesando que, si no se unía a los sublevados, era por temor a represalias con su familia. Sin embargo, ambos devinieron en el transcurso de la guerra en fervientes republicanos, poniendo todo su leal saber y entender al servicio de la causa.

En el otro bando, el general Cabanellas, al que algunos historiadores y la vox populi consideran poco proclive a sublevarse, convencido sólo por la actitud o el cañón de la pistola de sus subordinados, llegó a presidir la Junta de Defensa Nacional, primer organismo ejecutivo de la España nacional.

¿Cabe, por ejemplo, calificar de nacional al capitán Gil Alós del Batallón de Ametralladoras nº3 que, destacado en Menorca, se resistió con las armas a la proclamación del estado de guerra, encerrado en La Mola por los efímeros vencedores de la sublevación en la isla, "olvidado" en la prisión por el Comité definitivamente triunfante y fusilado luego en Los Freus, el 2 de agosto de 1936?

En qué bando hay que alinear al general López Ochoa, cruelmente asesinado por los milicianos en el Hospital Militar de Carabanchel y al que nadie discute sus convicciones republicanas y masónicas?¿Cómo hay que clasificar al general Capaz que abandonó Ceuta para no verse implicado en el alzamiento y murió fusilado en la madrileña Cárcel Modelo? ¿Basta el hecho de ser asesinados por sus propios milicianos, como en el caso del coronel Puigdengola o el coronel Castillo, para negarles su condición de republicanos? ¿Qué criterio hay que aplicar a los que fueron condenados a muerte por ambos bandos (contraalmirante Molíns, coronel Pérez García-Argüelles)? En la oscuridad quedan, por supuesto, los que lucharon en uno u otro bando, pese a convicciones contrarias, pero que supieron disimular sus verdaderos ideales. En todos estos casos existe una dificultad en encasillarlos en una de las facciones, pero no hay duda de que pertenecían a alguno de los bandos.

Entre los más de dieciocho mil generales, jefes, oficiales y cadetes de las Fuerzas Armadas del 18 de julio de 1936, existen 6 casos en que no cabe otra clasificación que la de neutral (NE). Ello supone apenas el 0,003% de los militares en activo, cifra sorprendentemente baja.

Merece la pena contemplar las circunstancias que condujeron a la neutralidad a estos seis militares.

Cronológicamente hemos de considerar en primer lugar al capitán de la Guardia Civil Fernando Gómez Ayán, supernumerario en Guatemala, posiblemente como instructor de su Guardia Nacional, y que no se incorporó a ninguna de las Españas en lucha, aunque fue dado de baja por la republicana.

El alférez de Carabineros José Melero Gálvez, perteneciente a la Fracción de Figueras de la 2ª Comandancia, se ausentó de su destino, el 13 de julio de 1936, refugiándose en Francia y falleciendo en Perpiñán, el 6 de febrero de 1939.

El capitán de Aviación en el servicio de Aviación Antonio Pérez del Camino Ruiz que prestaba sus servicios en las Fuerzas Aéreas de África en Tetuán al enterarse del inicio del alzamiento empuñó los mandos de su Nieuport y se dirigió al Marruecos francés para no regresar.

El alférez de Aviación, Joaquín Gou Vilella, supernumerario por estar empleado en las L.A.P.E., llegó a Sevilla, el 19 de julio de 1936, pilotando un Douglas procedente de Barajas y al recibir la orden de ir a bombardear las plazas sublevadas en Marruecos, se negó, fue depurado por los mandos republicanos al regresar a Madrid y enviado a prisión, en cuya condición fue mantenido por los nacionales al ocupar éstos la capital de España y fue dado de baja en 1941.

El teniente coronel de Estado Mayor y agregado militar en Lisboa Manuel Golmayo de la Torriente permaneció en Lisboa, sin incorporarse a ninguno de los dos bandos.

El capitán de Estado Mayor Federico Fernández Castillejo, diputado a Cortes por el Partido Progresista por la provincia de Córdoba, no se debió sentir muy a gusto en el Madrid republicano, por lo que se refugió en la Embajada argentina y abandonó España en el crucero argentino "Tucumán" desde Alicante. En su exilio porteño Fernández Castillejo escribió en colaboración con su correligionaria Clara Campoamor el libro "Heroísmo criollo", en el cual narró la labor de salvamento de perseguidos que realizó la Armada argentina, Fernández Castillejo no regresó a España durante la guerra.

Los datos estadísticos en la bibliografía

Algunos autores han intentado establecer, con mayor o menor seriedad, la participación cuantitativa de los mandos militares en ambos mandos.

Álvarez del Vayo dice que en las filas republicanas sólo figuraron quinientos militares profesionales. El dato es falso con evidentes connotaciones propagandísticas.

Vicente Rojo da la cifra de dos mil jefes y oficiales en el bando gubernamental. El número queda evidentemente corto, fueron más de tres mil, sin contar con los retirados. Como jefe del Estado Mayor republicano debía conocer exactamente el dato, pero como en todos los autores pro-republicanos trata de minimizar la aportación de militares para justificar la derrota.

Georges Roux da los siguientes datos: de catorce mil jefes y oficiales, siete mil se adhirieron a la sublevación, dos mil fueron fusilados, muertos o heridos, tres mil fueron encarcelados y, de los dos mil restantes, sólo doscientos sesenta tuvieron mando en las filas republicanas. No sabemos cómo llega a tales cifras. Si se tiene en cuenta la totalidad de las Fuerzas Armadas, faltan tres mil en el total, dos mil en zona nacional y sobran unos mil encarcelados aunque a ellos se sumen los asilados en establecimientos diplomáticos. Si no tiene en cuenta a la Armada, la Aviación y las fuerzas del Orden Público, entonces son incorrectos los demás valores.

Alpert aporta bastantes datos parciales, sin atreverse a dar una cifra definitiva, aunque cree que la estimación de Rojo pudiera ser bastante correcta.

Jesús Salas calcula que en el Ejército Popular sirvieron unos cinco mil oficiales. Referido únicamente a los militares que se hallaban en activo, la cifra es demasiado elevada y sí más aproximada si se añaden los retirados que se incorporaron durante la guerra.

Su hermano Ramón Salas da la siguiente distribución de fuerzas:

De un total de quince mil trescientos cuarenta y tres generales, jefes y oficiales, siete mil seiscientos veinticuatro se hallaban en guarniciones en zona republicana y siete mil setecientos sesenta y uno en zona nacional, de estos últimos dos mil doscientos sesenta y uno en África, quinientos en las islas y, aproximadamente cinco mil en la Península. De los siete mil seiscientos de la zona republicana, mil quinientos fueron fusilados, mil quinientos encarcelados, mil refugiados en embajadas o escondidos y tres mil sirvieron a las órdenes del Gobierno.

Los datos de Ramón Salas están basados en la nómina del Anuario Militar que no incluye a la Armada y las cifras de adscripción, evidentemente redondeadas, se apoyan en una laboriosa tarea de investigación con un fichero similar al utilizado para esta obra.

Finalmente María Teresa Suero indica que un ochenta por ciento de la oficialidad se alineó con los rebeldes. Este dato, del que no nos dice en qué está basado, se acerca bastante a la realidad.

La rebelión de los generales

Uno de los mitos de la guerra de España es el de la rebelión de los generales, como tantos de estos mitos no resiste un análisis serio.

Los tres tenientes generales en activo, pero en situación de disponible, por ser una categoría a extinguir, se identificaron con los nacionales, sin tener papel alguno en la preparación y realización del alzamiento.

De los treinta generales de división, incluidos los seis vicealmirantes, diedinueve fueron nacionales (63%), mientras 11 permanecieron leales a la República (37%). Descontando los los seis vicealmirantes que fueron todos nacionales nos encontramos con proporciones similares (54% versus 46% republicanos).

De los veinticuatro generales de división sólo seis –Cabanellas, Goded, Queipo de Llano, Saliquet, Franco y Fanjul – se alzaron en armas. De ellos sólo 3 eran jefes de una División Orgánica: Cabanellas de la 5ª, y Goded y Franco de las dos comandancias insulares. Estos dos últimos eran los más jóvenes en edad de todos los divisionarios. Dos más implicados en la preparación de la sublevación, no llegaron a jugar un papel importante: Rodríguez del Barrio, impedido por su enfermedad y González Carrasco por su indecisión. Por el contrario, ocho, Gómez Morato, Salcedo, Riquelme, Núñez de Prado, Batet, García Gómez-Caminero, Villa-Abrille y Molero se opusieron al alzamiento. Los demás se vieron arrastrados en mayor o menor grado, hacia uno u otro bando.

Entre los generales de brigada la tendencia pro-nacional es mucho más clara, determinada por la actitud de los generales de la zona nacional y de la Armada. De los ciento cinco generales de brigada o equivalentes el número de los nacionales es exactamente el doble del de los republicanos (70 frente a 35). En el territorio republicano y descontando los de la Armada la proporción es más igualada (26 por cada 23 republicanos). Más claro es el equilibrio si contamos los jefes de las dieciséis brigadas de infantería, de los cuales ocho fueron nacionales y siete republicanos (la jefatura de la 8ª estaba vacante), y de Artillería con cuatro alzados y cuatro leales al Gobierno.

Por lo tanto es insostenible la tesis de la rebelión de los generales. Entre los que tenían un mando efectivamente operativo existió un equilibrio entre los partidarios de ambos bandos. La guerra de España fue en todo caso la rebelión de los capitanes y teniéntes.

Análisis estadístico de las tablas

La situación en una y otra zona se hace de acuerdo con la ubicación del destino. Dado que la fecha del alzamiento coincidió con los permisos veraniegos, algunos mandos se hallaban en una zona distinta a la de su destino, aunque hubiera quien regresó urgentemente a su unidad. De ahí, que en la zona republicana aparezca la ilógica clasificación N* o N- y en la nacional la de R* y que corresponde a militares que se hallaban en la zona opuesta o que lograron pasarse.

De los resultados totales para las Fuerzas Armadas se deduce que el setenta y seis por ciento de los generales, jefes y oficiales se alinearon con el bando nacional siendo el porcentaje en su zona del noventa y uno por ciento y del sesenta y uno en la adversaria. Sumando los nacionales castigados por desafectos al finalizar la guerra o por motivos disciplinarios, la proporción no varía sensiblemente. Por lo tanto, mientras en la zona nacional la adhesión a su bando fue abrumadora, en la zona republicana menos de la mitad se comprometió con sus autoridades. La relación real de disponibilidad fue de unos ocho mil seiscientos mandos en el Ejército nacional por unos tres mil cuatrocientos en el Ejército Popular, ya que, evidentemente, fueron neutralizados los desafectos en cada zona.

Por jerarquías se observa en zona nacional una adscripción creciente de general (sesenta y dos por ciento) a teniente (noventa y cinco por ciento), mientras que en la opuesta esta tendencia no queda tan claramente definida, porque los generales fueron pro-nacionales aún en una mayor proporción que en la propia. De todos modos se corrobora que capitanes y tenientes (cincuenta y nueve y sesenta y dos por ciento) fueron los verdaderos motores de la sublevación o al menos en mayor proporción que sus jefes, sobre todo los comandantes (cincuenta y cinco por ciento).

A pesar de no estar coaccionados por un ambiente determinado, los militares destinados en el extranjero optaron, en un setenta y cuatro por ciento, por las filas franquistas, porcentaje que no difiere demasiado del de la Península y territorios insulares y africanos, lo que lleva a pensar que fueron pocos los que dudaron en situarse a favor de uno u otro bando. Estos quedaron prácticamente restringidos a los leales geográficos: noventa y uno N* y setecientos cincuenta y cinco R*, es decir, un cero coma cinco y cuatro por ciento del total.

El ranking de Armas y Cuerpos presenta el porcentaje más elevado de nacionales (ochenta y cinco por ciento) para la Armada, sobre todo por el peso específico del Cuerpo General que, con su noventa por ciento alcanza el valor máximo para las Armas de cierta entidad. Particularmente elevado en zona republicana es su índice de nacionales con el ochenta y siete por ciento y con ello casi iguala los valores de la otra zona. Aún le superan otros tres: el Eclesiástico el de Astrónomos (ambos con un cien por cien y el de ingenieros de la Armada (noventa por ciento), pero el corto número de sus componentes les resta influencia ponderativa. Dentro de la misma Armada se sitúan como Cuerpos más republicanos el de Sanidad, con un sesenta y nueve por ciento de nacionales, el de Máquinas con un sesenta y seis por ciento y el Jurídico con un sesenta por ciento. Este último dato debe tener una explicación con su status dentro de la Armada, mientras en la Sanidad sus profesionales en zona republicana no debieron considerar que sus actividades humanitarias les iban a ser tomadas en cuenta como desafección, al finalizar la guerra. El número relativamente alto de mandos en zona nacional se debe a los embarcados en la Flota que, partiendo de El Ferrol, acabaron en puertos adversarios. Los demás Cuerpos de la Armada también tienen su índice de nacionales por encima del promedio de las Fuerzas Armadas.

El Ejército de Tierra muestra un porcentaje de nacionales ligeramente superior al promedio de las Fuerzas Armadas. Las cuatro Armas siguen el orden que corresponde a su tradición conservadora: Caballería (ochenta y nueve por ciento), Artillería (ochenta y dos), Ingenieros (ochenta y uno) e Infantería (setenta y siete), todos ellos con más de tres cuartas partes de sus mandos adheridos al alzamiento. El Cuerpo de Intendencia se sitúa exactamente en el promedio. Los demás Cuerpos no tienen un peso específico suficiente para influir en los resultados. El Cuerpo de Oficinas Militares tomó partido mayoritariamente por el bando vencedor en su zona. A resaltar un cierto republicanismo del Cuerpo de Estado Mayor que alcanza a un veinticuatro por ciento de sus componentes. Sin embargo, esta cifra es algo engañosa: en realidad, el Ejército de Franco pudo disponer de noventa y cuatro jefes y oficiales de Estado Mayor ante los cuarenta y nueve de la República. El Ejército nacional contó en sus filas con dos mil setecientos ochocientos noventa y siete generales, jefes y oficiales de Infantería, quinientos noventa y dos de Caballería, mil doscientos cincuenta y nueve de Artillería y trescientos setenta y nueve de Ingenieros por novecientos treinta y cinco, ochenta y nueve, trescientos cuarenta y ocho y ciento sesenta y siete, respectivamente, el de la República.

Las Fuerzas de Seguridad se sitúan por debajo del promedio de nacionales de las Fuerzas Armadas. Ello se debe a la fuerte influencia del Cuerpo de Seguridad y Asalto que, con su cincuenta y cuatro por ciento de republicanos y leales geográficos, confirma la política llevada a cabo por el Gobierno del Frente Popular de dotar al Cuerpo con mandos afectos al régimen. Esto se pone en evidencia por el hecho de que en zona nacional fueran, junto con los carabineros gallegos y del Campo de Gibraltar las únicas fuerzas militares que se opusieron al alzamiento. Como ejemplo, baste citar a Sevilla, Oviedo y La Coruña.

El Cuerpo de Carabineros muestra una relativa fidelidad al Gobierno (en su zona los mandos leales estuvieron en proporción de dos a uno respecto a los alzados). Los oficiales procedentes de tropa, antigua Escala de Reserva, observaron mayoritariamente el principio de la obediencia debida, y así los alféreces presenta el más alto porcentaje de adhesión a los vencedores en su zona, mientras que los mandos superiores, coroneles y teniente coroneles, es decir, jefes de Zona y de Comandancia, muestran su propensión a permanecer en la disciplina del Gobierno.

La Guardia Civil presenta unas características similares a las del Cuerpo de Carabineros, con los más altos porcentajes de republicanismo en los mandos superiores y más desdibujado el principio de la obediencia debida en la escala de reserva. En ambas zonas capitanes y tenientes dan las cifras más altas de adhesión al alzamiento, mientras en la zona gubernamental los mandos leales a la República están en proporción de dos a uno, al igual que los altos rangos de Carabineros. La Guardia Civil dio en la guerra ejemplos de su adscripción diametralmente opuestos, pues, mientras que en Barcelona fue un factor determinante para el fracaso de la sublevación, en el Alcázar de Toledo y en el Santuario de Santa María de la Cabeza, la Benemérita escribió páginas de gloria para el bando nacional. También la Guardia Civil fue protagonista de los cambios de filas más masivos (frentes de Teruel y Córdoba).

Las policías autonómicas (Mossos de Escuadra, Miqueletes y Miñones), todas en zona republicana, dan un bajísimo índice de pro-nacionales, pero su escaso número no posee valor ponderal.

El Servicio de Aviación tenía una tradición que se remontaba al año 1913, pero el verdadero impulso para su transformación en arma de combate fue dado por la República. En correspondencia a este desvelo, la Aviación da, con un cincuenta y nueve por ciento de nacionales, el valor más bajo de los cuatro Ejércitos. A ello contribuyen, tanto los mandos superiores, teniente coroneles y comandantes, como, muy en especial, los alféreces. De los cincuenta y nueve alféreces destinados en territorio gubernamental, c incuenta y seis fueron leales a la República y el único adherido al alzamiento, no lo hizo sublevándose, sino que fue fusilado por delito de espionaje, ya avanzada la guerra.

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